Si saltas, yo también lo hare

Estábamos en pleno acantilado, con el viento soplando entre nuestros cuerpos, los brazos extendidos y la mirada hacia el cielo, observando el enorme lienzo pintado de miles de colores. El sol hacía su escape en el horizonte, permitiendo que desde el otro extremo ingresara una oscura y fría noche. Era ese el momento perfecto donde la luna y el sol se encontraban nuevamente en dos puntos distintos. No estaban unidos entre sí, pero su presencia dejaba una hermosa vista en el horizonte. Ese momento culminante donde solo se veía a lo lejos el brillo de lo que fue un sol, un sol que brillaba tan fuerte como lo hacían tus ojos al mirarme, un sol que con el pasar del tiempo comenzaba a perder su resplandor mientras desaparecía a lo lejos, mientras el mar lo abrazaba para ocultarlo y dejarlo descansar.

Apartaste la mirada del hermoso cielo y nuestros ojos se cruzaron un instante, un segundo que duró más de un siglo. Me sonreíste, pero no dejaste escapar ninguna palabra. Guardaste silencio, sepultaste el momento con el susurro del tiempo y el canto de las aves, diste media vuelta hacia el acantilado y bajaste la mirada. Al mismo tiempo en que el sol iba desapareciendo en el horizonte, te dejaste caer.

Una estela te siguió por toda la caída, mientras desde lo alto yo te observaba caer a gran velocidad hacia la oscuridad. De pronto, el viento dejó de soplar, las aves dejaron de cantar y la oscuridad se apoderó del momento. Todo había acabado, o eso parecía, porque no pasaron ni tres minutos y yo ya estaba siguiendo tu camino.

"Si tú saltas, yo te seguiré" - fueron tus palabras una tarde de primavera, en lo alto de una carretera sobre dos bicicletas cuando aún éramos jóvenes, cuando todavía no habíamos vivido lo suficiente para entender los riesgos de la vida. Sin saber lo que significarían esas palabras y lo mucho que resonarían en mi cabeza en cada decisión que tomáramos en el futuro, no estábamos aquí, ni tampoco allá, solo estábamos el uno y el otro."

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